LA IZQUIERDA NÁUFRAGA (II)
La izquierda náufraga defiende el derecho a la diferencia, aunque esa diferencia sea una cultura fanática, oscurantista y tiránica como es la islámica o la etnicista. Todo sea por mantenerse en el poder, una vez que han visto que la demagogia y el populismo son elementos prodigiosos para ganar unas elecciones contra todo pronóstico racional, porque movilizan la parte emocional de la mente humana que es mucho más poderosa que la racional.Pero el soporte de la izquierda náufraga al nacionalismo y al islamismo no es meramente táctico. Lo peor es que el núcleo duro de esa izquierda, la izquierda totalitaria, va mucho más allá y presta un soporte estratégico, persigue una alianza con los enemigos de la democracia liberal, cuyo más poderoso representante en el mundo es EE.UU. y cuyo bastión en Oriente Medio frente al fanatismo árabe es Israel. Por eso, la izquierda náufraga concierta alianzas con los nacionalismos étnicos, sean el vasco, el catalán o el alemán, y con los países islámicos de toda ralea: su enemigo es la democracia hegemónica de Occidente, EE.UU., y sus aliados, las democracias británica e israelí.
Lo que obvia esa izquierda populista es que a su vez ella es utilizada por el nacionalismo más peligroso de todos los tiempos, el nacionalismo étnico alemán que fue capaz de producir el Holocausto, que utiliza al nacionalista francés Chirac como tonto útil y al islamismo como mamporrero contra la democracia liberal por excelencia, la estadounidense, y el resto de democracias occidentales.
Así que unos utilizan a otros, y esos otros a unos, pero finalmente todos nos van a conducir muy probablemente a una nueva Edad Media, a rebobinar la historia de Occidente hasta antes de la Ilustración, para que reinen los feudos étnicos en guerra permanente entre ellos, y también en guerra perpetua contra fanáticos reinos de taifas musulmanes.
La izquierda de orientación totalitaria, o lo que es lo mismo, la facción populista de los socialistas en España sufrimos el golpismo de Largo Caballero- y todos los comunistas en sus múltiples sectas leninistas, estalinistas, trotskistas, maoístas, castristas, eurocomunistas-, quedó definitivamente en evidencia con la caída del Muro de Berlín, con la desintegración de la Unión Soviética que era el prototipo del modelo del socialismo real.
Zapatero, con su reunión transparente con Ibarretxe, el opositor a la lehendakaritza del socialista Patxi López, está consumando la ignominia anunciada por algunos desde su asalto al poder montado en la onda expansiva de la masacre del 11-M. Su proyecto de demolición de la España constitucional avanza y avanza, soportada en lo que podemos llamar el Plan Lizarra-Perpiñán. Sólo un plan de este estilo, imposible de vender a los ciudadanos, explica la hoja de ruta clandestina que ha iniciado Zapatero.
Ha muerto sin duda un personaje para la Historia, un líder mundial del siglo XX. El Papa Juan Pablo II era, además de un líder espiritual para los católicos, que al fin y al cabo son una minoría en el mundo, una persona con un liderazgo mundial indiscutible a nivel político, social y cultural, pues no podemos olvidar que el Vaticano es, también, un poder terrenal de primera magnitud.
Yo votaré SÍ en el referendum de hoy 20 de Febrero, porque estoy a favor de la Europa de los Estados cívicos (y por lo tanto de sus ciudadanos) que es la que consagra este Tratado Constitucional, a pesar de haber sido redactado de forma abigarrada e infumable por el abigarrado e infumable Giscard dEstaing.
Zapatero, el hombre invisible, el presidente del gobierno español que continua imperturbable de vacaciones mientras en España ha comenzado hace ya una semana un proceso de balcanización que conduce al enfrentamiento entre los españoles de consecuencias sin duda trágicas, está descubriendo su auténtica faz.
Zapatero sigue dándonos la brasa con su teoría de la alianza de civilizaciones. Como discurso buenista, pacifista y angelical de un líder populista, que busca satisfacer los ingenuos sentimientos de una buena parte de los ciudadanos para mantenerse en el poder, es entendible, aunque absurdo, según explica con claridad meridiana el historiador Henry Kamen en